20 febrero 2005

Julio Cortazar: Carta tras la muerte del Che, octubre 1967// muy conmovedor

Carta de Julio Cortázar tras la muerte del Che /1967
París, 29 de octubre de 1967


Roberto, Adelaida, mis muy queridos:

Anoche volví a París desde Argel. Solo ahora, en mi casa,
soy capaz de escribirles coherentemente; allá, metido en un mundo
donde sólo contaba el trabajo, dejé irse los días como
en una pesadilla, comprando periódico tras periódico, sin
querer convencerme, mirando esas fotos que todos hemos mirado, leyendo los
mismos cables y entrando hora a hora en la más dura de las aceptaciones.
Entonces me llegó telefónicamente tu mensaje, Roberto, y entregué
ese texto que debiste recibir y que vuelvo a enviarte aquí por si
hay tiempo de que lo veas otra vez antes de que se imprima, pues sé
lo que son los mecanismos del télex y lo que pasa con las palabras
y las frases. Quiero decirte esto: no sé escribir cuando algo me
duele tanto, no soy, no seré nunca el escritor profesional listo
a producir lo que se espera de él, lo que le piden o lo que él
mismo se pide desesperadamente. La verdad es que la escritura, hoy y frente
a esto, me parece la más banal de las artes, una especie de refugio,
de disimulo casi, la sustitución de lo insustituible. El Che ha muerto
y a mí no me queda más que silencio, hasta quién sabe
cuándo; si te envié este texto fue porque eras tú quien
me lo pedía, y porque sé cuánto querías al Che
y lo que él significaba para ti. Aquí en París encontré
un cable de Lisandro Otero pidiéndome ciento cincuenta palabras para
Cuba. Así, ciento cincuenta palabras, como sin uno pudiera sacarse
las palabras del bolsillo como monedas. No creo que pueda escribirlas, estoy
vacío y seco, y caería en la retórica. Y eso no, sobre
todo eso no. Lisandro me perdonará mi silencio, o lo entenderá
mal, no me importa; en todo caso tu sabrás lo que siento. Mira, allá
en Argel, rodeado de imbéciles burócratas, en una oficina
donde se seguía con la rutina de siempre, me encerré una y
otra vez en el baño para llorar; había que estar en un baño,
comprendes, para estar solo, para poder desahogarse sin violar las sacrosantas
reglas del buen vivir en una organización internacional. Y todo esto
que te cuento también me averguenza porque hablo de mí, la
eterna primera persona del singular, y en cambio me siento incapaz de decir
nada de él. Me callo entonces. Recibiste, espero, el cable que te
envié antes de tu mensaje. Era mi única manera de abrazarte,
a ti y a Adelaida, a todos los amigos de la Casa. Y para ti también
es esto, lo único que fui capaz de hacer en esas primeras horas,
esto que nació como un poema y que quiero que tengas y que guardes
para que estemos más juntos.


Che


Yo tuve un hermano.


No nos virnos nunca

pero no importaba.


Yo tuve un hermano

que iba por los montes

mientras yo dormía.

Lo quise a mi modo,

le tomé su voz

libre como el agua,

caminé de a ratos

cerca de su sombra.


No nos vimos nunca

pero no importaba,

mi hermano despierto

mientras yo dormía,

mi hermano mostrándome

detrás de la noche

su estrella elegida.


Ya nos escribiremos. Abraza mucho a Adelaida. Hasta siempre,


Julio



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extraída del libro "Fervor de la Argentina" de Roberto
Fernández Retamar © 1993, Ediciones del Sol, Buenos Aires, Argentina